viernes, 29 de junio de 2012

Capitulo I Muerte de Mar


CAPITULO I: MUERTE DE MAR GAUTIER

A mi juicio, no se pueden crear personajes sino después de haber estudiado mucho a los hombres, como
no se puede hablar una lengua sino a condición de haberla aprendido seriamente.
Como no he llegado aún a la edad de inventar, me limito a relatar.
Exhorto, pues, al lector a que se convenza de la realidad de esta historia, cuyos personajes, a excepción
de la heroína, viven todos aún.
Por otra parte, hay en París .testigos de la mayor parte de los hechos que aquí recojo, y que podrían
confirmarlos, si mi testimonio no bastara. Por una circunstancia particular sólo yo podía escribirlos, porque
sólo yo fui el confidente de los últimos detalles, sin los cuales hubiera sido imposible hacer un relato
interesante y completo.
Pues bien, veamos cómo llegaron a mi conocimiento esos detalles.
El 12 de marzo de 1847 leí la calle Lafitte un gran cartel amarillo en que se anunciaba la subasta de unos
muebles y otros curiosos objetos de valor. Dicha subasta tenía lugar tras una defunción. El cartel no ponía el
nombré de la persona muerta, pero la subasta iba a llevarse a cabo en la calle de Antin, número 9, el día 16,
de doce a cinco de la tarde.
El cartel indicaba además que el 13 y el 14 se podía ir a ver el piso y los muebles.
Siempre he sido aficionado a las curiosidades. Me prometí no perderme aquella ocasión, si no de
comprar, por lo menos de ver.
Al día siguiente me dirigí a la calle de Antin, número 9. Era temprano y, sin embargo, ya había gente en
el piso: hombres e incluso mujeres, que, aunque vestidas de terciopelo, envueltas en cachemiras y con
elegantes cupés esperándolas a la puerta, miraban con asombro y hasta con admiración el lujo que se
ostentaba ante sus ojos.
Más tarde comprendí aquella admiración y aquel asombro, pues, al ponerme a observar yo también,
advertí sin dificultad que estaba en la casa de una entretenida. Y si hay algo que las mujeres de mundo
desean ver ––y allí había mujeres de mundo es el interior de las casas de esas mujeres, cuyos carruajes
salpican . los suyos a diario; que tienen, como ellas y a su lado, un palco en la Opera y en los Italianos, y
que ostentan en París la insolente opulencia de su belleza, de sus joyas y de sus escándalos.
Aquella en cuya casa me encontraba había muerto: las mujeres más virtuosas podían, pues, penetrar hasta
en su dormitorio. La muerte había purificado el aire de aquella espléndida cloaca, y además siempre tenían
la excusa, si la hubieran necesitado, de que iban a una subasta sin saber a casa de quién iban. Habían leído
los carteles, querían ver lo que los carteles prometían y elegir por anticipado: nada más sencillo. Lo que no
les impedía buscar, en medio de todas aquellas maravillas, las huellas de su vida de cortesana, de la que sin
duda les habían referido tan extraños relatos.
Por desgracia los misterios habían muerto con la diosa y, pese a toda su buena voluntad, aquellas damas
no lograron sorprender más que lo que estaba en venta después del fallecimiento, y nada de lo que se
vendía en vida de la lnquilina.
Por lo demás, no faltaban cosas que comprar. El mobiliario era soberbio. Muebles de palo de rosa y de
Boule, jarrones de Sèvres y de China, estatuillas de Sajonia, raso, terciopelo y encaje, nada faltaba alli.
Me paseé por la casa y seguí a las nobles curiósas que me habían precedido. Entraron en una habitación
tapizada de tela persa, a iba a entrar yo también, cuando salieron casi al instante, sonriendo y como si les
diera vergüenza de aquella nueva curiosidad. Por ello deseaba yo más vivamente penetrar en aquella
habitación. Era el cuarto de aseo, revestido de los más minuciosos detalles, en los que parecía haberse
desarrollado al máximo la prodigalidad de la muerte.
Encima de una mesa grande adosada a la pared, una mesa de seis pies de largo por tres de ancho,
brillaban todos los tesoros de Aucoc y de Odiot. Era aquella una magnífica colección, y ni uno solo de esos
mil objetos tan necesarios para el cuidado de una mujer como aquella en cuya casa nos hallábamos estaba
hecho de otro metal que no fuera oro o plata. Sin embargo una colección como aquélla sólo podía haberse
hecho poco a poco, y no era el mismo amor el que la había completado.
Como a mí no me asustaba el ver el cuarto de aseo de una entretenida, me distraía examinando los
detalles, cualesquiera que fuesen, y me di cuenta de que todos aquellos utensilios, magníficamente
cincelados, llevaban iniciales distintas y orlas diferentes.
Iba mirando todas aquellas cosas, cada una de las cuales se me representaba como una prostitución de la
pobre chica, y me decía que Dios había sido clemente con ella, puesto que no había permitido que llegara a
sufrir el castigo ordinario, y .la había dejado morir en medio de su lujo y su belleza, antes de la vejez, esa
primera muerte de las cortesanas .
En efecto, ¿hay espectáculo más triste que la vejez del vicio, sobre todo en la mujer? No encierra
dignidad alguna ni inspira ningún interés. Ese eterno arrepentimiento, no ya del mal camino seguido, sino
de los cálculos mal hechos y del dinero mal empleado, es una de ––las cosas más tristes que se pueden oír.
Conocí una antigua mujer galante, a quien ya no le quedaba de su pasado más que una hija casi tan
hermosa, al decir de sus contemporáneos, como había sido su madre. Aquella pobre niña, a quien su madre
nunca le había dicho «eres mi hija» más que para ordenarle que sustentara su vejez como ella había
sustentado su infancia, aquella pobre criatura se llamaba Louise y, obedeciendo a su madre, se entregaba
sin voluntad, sin pasión, sin placer, como hubierà trabajado en un oficio, si hubiesen pensado en
enseñárselo.
El espectáculo continuo del desenfreno, un desenfreno precoz, alimentado por el estado continuamente
enfermizo de la muchacha, apagó en ella el discernimiento del bien y del mal, que tal vez Dios le había
còncedido, pero que a nadie se le ocurrió desarrollar.
Nunca olvidaré a aquella muchachita, que pasaba por los bulevares casi todos los días a la misma hora.
Su madre la acompañaba sin cesar, tan asiduamente como una verdadera madre hubiera acompañado a su
verdadera hija.Yo era muy joven entonces, y dispuesto a aceptar para mí la fácil moral de mi siglo.
Recuerdo, sin embargo, que el espectáculo de aquella vigilancia escandalosa me inspiraba desprecio y asco.
Añádase a ello que nunca un rostro de virgen dio tal sensación de inocencia, tal expresión de sufrimiento
melancólico.
Parecía una imagen de la Resignación.
Un día el rostro de la muchacha se iluminó. En medio del desenfreno programado por su madre, le
pareció a la pecadora que Dios le ótorgaba una satisfacción. Y, al fin y al cabo, ¿por qué Dios, que la había
creado sin fortaleza, iba a dejarla sin consuelo bajo el peso doloroso de su vida? Un día, pues, se dio cuenta
de que estaba encinta, y lo que de casto había aún en ella se estremeció de gozo. El alma tiene extraños
refugios. Louise corrió a anunciar a su madre la noticia que tan feliz la hacía. Da vergüenza decirlo, aunque
no estamos hablando aquí de la inmoralidad por gusto: estamos contando un hecho real, que tal vez
haríamos mejor callando, si no creyéramos que de cuando en cuando es preciso revelar los martirios de
esos seres a quienes se condena sin oír y se desprecia sin juzgar; da vergüenza, decimos, pero la madre
respondió a la hija que ya no les sóbraba nada para dos y que no tendrían bastante para tres; que tales hijos
son inútiles y que un embarazo es una pérdida de tiempo.
Al día siguiente una comadrona, a quien designaremos sólo como la amiga de la madre, fue a ver a
Louise, que se quedó unos días en la cama, y volvió a levantarse más débil y más pálida que antes.
Tres meses después un hombre se compadeció de ella y emprendió su curación moral y fisica; pero la
última sacudida había sido excesivamente violenta, y Louise murió a consecuencia del aborto.
La madre vive todavía: ¿cómo? ¡Sabe Dios!
Esta historia me vino a la memoria mientras contemplaba los estuches de plata, y en estas reflexiones
debió de pasar al parecer cierto tiempo, pues ya no quedábamos en la casa más que yo y un vigilante, que
desde la puerta observaba con atención si no me llevaba nada.
Me acerqué a aquel hombre, a quien tan graves recelos inspiraba.
––¿Podría decirme ––le dije–– el nombre de la persona que vivía aquí?
––La señorita Mar Gautier.
Conocía a esa joven de nombre y de vista.
––¡Cómo! ––––dije al vigilante––. ¿Ha muerto Mar Gautier?
––Sí, señor.
––¿Y cuándo ha sido?
––Creo que hace tres semanas..
––¿Y por qué dejan visitar el piso?
––Los acreedores han pensado que así subiría la subasta. La gente puede ver de antemano el efecto que
hacen los tejidos y los muebles. Eso anima a comprar, ¿comprende?
––¿Ah, tenía deudas?
––¡Oh, sí, señor! Y no pocas.
Pero seguramente la subasta las cubrirá, ¿no?
––Y sobrará.
––¿Entonces quién se llevará el resto?,
––Su familia.
––¿Ah, tiene familia?
––Eso parece.
Muchas gracias.
El vigilante, tranquilo ya respecto a mis intenciones, me saludó y salí.
«¡Pobre chica! iba diciéndome mientras volvía a mi casa––. No ha debido de morir muy alegremente,
pues en su mundo no hay amigos más que cuando uno está bien.»
Y, sin querer, no podía menos de compadecerme de la suerte de Mar Gautier.
Quizá le parezca ridículo a mucha gente, pero siento una indulgencia inagotable por las cortesanas, y no
pienso tomarme la molestia de andar dando explicaciones sobre tal iridulgencia.
Un día, cuando iba a recoger un pasaporte a la comisaría, vi cómo en una de las calles adyacentes dos
gendarmes se llevaban a una chica. Ignoro lo que había hecho: lo único que puedo decir es que lloraba a
lágrima viva abrazando a un niño de pocos meses, de quien su detención la separaba. Desde aquel día ya no
he podido despreciar a una mujer a simple vista.

3 comentarios:

  1. haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaay me encanto me encanto me encanto espero el segundo capituloooooo
    atte:
    dulce

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  2. Graciias dulcee ♥ & claro el prox Fin tendras el Prox Capitulo :)

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  3. elizabeth che te dejo tal y cual como me dijo una chica que quiere leer tu nove y comentar
    Dulce ¿podrías decirle a Lizezita27,k ponga la forma fácil d firmar ,nombre/URL,y sin verificación d palabras?
    haci que si es mejor que lo quites como se que eres nueva en esto de doy paso por paso dale paso
    1-te vas a donde te dije que vez las visitas
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